lunes, 9 de mayo de 2011

Abzurdah.

¿Cómo se puede amar y odiar a alguien al mismo tiempo?. Así es mi amor: atemporal. Por momentos olvido el presente cuando Alejandro es un tipo despreciable y sólo puedo recordar cómo era, cómo me trataba, cómo me quería. Mezclo personalidades, momentos, tiempos y así mi amor se vuelve atemporal: sin poder distinguir lo que fue y dejó de ser, de lo que nunca será. Tengo la admirable (¿despreciable?) capacidad de borrar lo malo y recordar los momentos gratos. Así, aún después de escribir atrocidades acerca de él, puedo llamarlo por teléfono y hablar como si nada, con voz de enamorada y suspiros cariñosos. Sí, es lamentable. Por eso me costó tanto despegarme de él, por eso escribo: no quiero olvidar.
Quizás hasta tenga memoria selectiva: archivo solamente los documentos, pensamientos, fotografías, escritos y demás, que me hagan recordar los buenos tiempos. En alguna de mis peores épocas llegué a inventar conversaciones para no sentirme sola. Mi imaginación siempre fue más fuerte que mi racionalidad cuando se trata del “amor” o lo que sea que ésto es. Así, puedo pelearme con Alejandro sin que él se entere, o amarlo cuando en realidad tendría que repudiarlo. No sería raro tampoco pelear con él y no recordar porqué. Ya dije: no puedo acordarme de las cosas malas, esas razones se disuelven en mi cabeza, no las encuentro; se arrinconan empolvadas en algún lugar de mi cerebro.
Erotomanía, la sufro. Soy consciente de eso, pero solamente cuando me aíslo, me alejo y me desdoblo. Sólo así puedo entender que quizás no es tan importante, no es tan trágico o que tal cuestión no merece mi muerte. Sólo cuando me veo desde afuera… y en general cuando logro un desdoblamiento ya es demasiado tarde para tomar decisiones. Con seguridad ya las tomé y sin duda erróneamente. Casi siempre es así: 1)  Situación. 2) Crisis de llanto. 3)  Hipótesis. 4) Descarga eléctrica. 5) Dormir. Así funciono, por peor que suene. ¿Cómo puedo amar y odiar a una misma persona? Fácil: Alejandro me da lo que quiero, o me da en parte lo que quiero, o me hace creer que me da lo que quiero, o me auto-convenzo de estar satisfecha con lo que me da o le mendigo y acepta entregar a modo de limosna. Y por otro lado (me considero un vivíparo pensante) a veces, pocas veces, tomo consciencia de la irracionalidad de lo que hago, de la impotencia que encarno, de lo patético de mis actitudes y comienzo a pensar: situaciones, hipótesis, electricidad, etc.… y eso me hace odiarlo. La electricidad me hace odiarlo y me hace dormir. Generalmente cuando me despierto, no recuerdo por qué lloré tanto (desdoblamiento) y cuando logro saber porqué, aún no lo entiendo. No puedo ponerme en mis propios zapatos. Como si esa noche de sueños rotos me hubiera borrado todo registro de empatía conmigo misma. Al despertar la pena aparece reducida y hasta minimizada. Reducida a un montón de neuronas de más que hicieron mala sinapsis. Nada más que eso. Alejandro no asume culpas, no le inculpo nada, yo vuelvo a ser el feliz arlequín que alegra la vida de los otros y comienza una vez más todo cuando me doy cuenta de que no es suficiente para mí, que necesito más, que no estoy bien. Así es como se ama y se odia a alguien hasta límites insospechados.
Mi psicólogo más tarde me obligó a no desentenderme de mi pena: "y vas a venir, aunque supongas que es algo resuelto. Con vos es siempre lo mismo. A un momento estás muriendo y al día siguiente, como lograste taparlo (ahogarlo, al sentimiento de muerte súbita), hacés como si nada hubiera ocurrido, olvidando el asunto por completo". Siempre ahogo mis sensaciones, mis deseos, mis sentimientos, mis miserias y alegrías. Lo suprimo todo, eternamente, porque a tiempos es menos doloroso dejar de sentir. Cuando dejo de sentir empiezo a pensar. Me hago preguntas racionales y me contesto sin mayores problemas. Y la vida es así: fácil, cerebral.

No hay comentarios:

Publicar un comentario