domingo, 1 de julio de 2012

(...) A lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí. Porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones. Y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas.

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