(...) En el ajedrez del amor soy una dama inútil, perdida en el tablero y me estoy jugando en cada partida la habilidad de creer en mí, de intentar pensar que no soy una completa inválida emocional. En cada partida se juega mi dignidad y mi incapacidad de prever el siguiente movimiento, que al parecer siempre es el mismo: insistir. Y entonces gana siempre el otro, cualquiera que me maravilla con un par de palabritas dulces.
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